El primer pino, el origen del pesebre y el mito de Papá Noel son algunos de los secretos de una fiesta que se celebra en todo el mundo, reseñó Lanacion.com.ar.
1. Francia, el primer pino de navidad
Sélestat es una ciudad de Alsacia, en el valle del Rin. Como el resto de la región, tiene impronta germánica y mantuvo su aspecto renacentista, un momento de la historia en que fue uno de los mayores hogares del humanismo. Allí se conservó el rastro más antiguo de la tradición del pino navideño. Se trata de una sencilla mención en un libro de cuentas públicas, donde se indica que se gastaron cuatro schillings el 21 de diciembre de 1521 para pagar a los guardias encargados de custodiar el bosque municipal y sus pinos, árboles ya preciados en aquellos tiempos durante el período navideño. El mismo libro indica también el monto de la multa aplicada a quienes se atrevieran a cortar uno de ellos y llevárselos a su casa. Si bien la tradición es mucho más antigua, no se encontró al momento una fuente documentada anterior: por eso Sélestat se proclama la Cuna del Árbol de Navidad y exhibe un facsímil del histórico escrito en la Municipalidad.
2. Italia, más pesebres que habitantes
Tradicionalmente, los niños italianos no esperaban a Papá Noel para recibir regalos sino a la Befana, una bruja que visita las casas el 6 de enero para traer dulces a los que se portaron bien… y carbón a los que no. Pero la tradición navideña italiana por excelencia es la del pesebre, impulsada por San Francisco en el siglo XIII, cuando armó el primer nacimiento en una cueva donde celebró misa. Su idea fue copiada muy pronto por monasterios e iglesias de todas las regiones italianas. Con el tiempo las personas y animales reales se reemplazaron por pequeñas tallas convertidas en auténtico arte. En Provenza (sur de Francia) se fabrican santons (estatuillas que personifican a la Sagrada Familia y también a personajes de un tradicional pueblo provenzal del siglo XIX). La costumbre de armar pesebres se expandió a todo el mundo cristiano, pero es en Italia donde se siguen realizando los más espectaculares. Hace unos días, el pueblito de Ossana en el Val di Sole (Trento) fue noticia porque tiene más pesebres que habitantes: 890 y 852 respectivamente. Este récord se podrá ver expuesto hasta el 7 de enero.
3. Países Bajos, aquel abuelo de Papá Noel
En las culturas anglosajonas, Papá Noel se conoce también como Santa Claus, una deformación del holandés Sint Nicolaas (San Nicolás). Originalmente fue un santo griego que vivió en Asia Menor, hoy parte de Turquía, en el siglo IV. Se sabe poco de su vida, salvo que regaló su fortuna a los pobres y que salvó a unos niños que iban a ser comidos por una especie de ogro. Daba regalos y protegía a los chicos: no hacía falta más para que se convirtiera en uno de los santos más populares de la cristiandad y sobre todo en el preferido de los más pequeños. Durante su día, el 6 de diciembre, se tomó la costumbre de hacerles regalos. En Holanda se lo conoce como Sinter Claes y bajo este nombre viajó al Nuevo Mundo cuando los holandeses emigraron a Nueva Holanda y fundaron Nueva Ámsterdam (más tarde rebautizada Nueva York). Al pasar al inglés, el nombre del santo se transformó en Santa Claus. Para transformarse en Papá Noel necesitó varias empujones más: el más conocido es un poema escrito por un profesor de Nueva Inglaterra y publicado en 1823, llamado A visit from St. Nicholas. En Nochebuena, Santa Claus viaja por el aire a bordo de un trineo volador empujado por renos y deja regalos a los chicos por las chimeneas.
4. Inglaterra, en busca de la Navidad blanca
Para que la Navidad sea perfecta, tiene que caer nieve. Y cuando uno festeja en lugares donde no suele haber, la iconografía se encarga de representar los techos nevados y pinos blancos. No en vano de todos los villancicos uno de los más queridos es “White Christmas”, -Navidad blanca- (compuesto por Irving Berlin y grabado por primera vez por Bing Crosby en 1942). Pero no siempre hubo obsesión por la nieve durante el período navideño: los eruditos la hacen coincidir con los tiempos de Dickens. A principios del siglo XIX, los inviernos fueron particularmente crudos y cayó mucha nieve en Inglaterra. El novelista era entonces un niño y apeló a sus recuerdos de paisajes nevados a la hora de escribir su relato “A Christmas Carol” (Un cuento de Navidad), muy vinculado a la idea de que una Navidad es buena cuando es blanca. En cuanto a la canción, fue grabada casi un siglo más tarde: “I’m dreaming of a white Christmas, just like the ones I used to know” Una vivencia que Dickens sin duda hubiese hecho propia.
5. República Checa, soplar y hacer adornos de cristal
Las tradiciones en torno de los pinos de Navidad nacieron en el mundo germánico y se oficializaron en Alsacia. Pero el hábito de adornarlos es más incierto. En la región de Bohemia, en la República Checa, la industria del vidrio y el cristal es famosa desde hace siglos. Fue ahí justamente donde los sopladores de vidrio descartaban algunos trabajos (sobre todo burbujas) que sus esposas empezaron a vender en los mercados navideños como adornos. Con el tiempo se hicieron populares, y en los talleres les dieron colores y formas distintas para incrementar las ventas. Al principio eran pesadas y se colgaban en las puertas. Las técnicas se perfeccionaron y los adornos se hicieron más pequeños, hasta poder colgarse en las ramas de los pinos. En torno de 1870, cuando los talleres fueron equipados con gas, fue posible aumentar la producción y reducir más todavía el peso de los adornos. Desde el centro de Europa, la costumbre ganó el resto del continente y más tarde el mundo entero. Las originales bolas de cristal se convirtieron en luces eléctricas y colgantes, pero en cada árbol siempre hay al menos una burbuja que recuerda los primeros objetos que le pusieron brillo a las noches navideñas.
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