La sociedad sin efectivo es esa sociedad en la que ya no hay papel moneda como tal, y donde todas las transacciones económicas se hacen bien con tarjetas, bien con cualquier tipo de dinero electrónico. Esta particular forma de economía se ha materializado casi completamente en algunos países del norte de Europa.
Paradójicamente, es en esos mismos países donde se ha abierto recientemente un acalorado debate sobre los peligros de esta sociedad sin billetes ni monedas físicos, y no son ni pocos ni poco relevantes. Hay una parte muy importante de la sociedad en estos países que ha decidido alzarse y rebelarse contra esta sociedad sin efectivo, y desde afuera muchos otros países tienen sus ojos puestos sobre ellos.
La cuna de la adopción de la sociedad sin efectivo
Hace algunos meses ya les escribimos en el análisis “No es utopía, llegan las sociedades sin dinero efectivo: los casos de Escandinavia” acerca de cómo en los países escandiavos se caminaba a pasos agigantados hacia este paradigma económico. Especialmente relevante era ya el caso de Suecia.
Entonces les explicamos sobre cómo los países pioneros en su adopción ondeaban sus importantes beneficios, como son el poner cerco a la economía sumergida, dificultar la evasión de impuestos y capitales, así como acotar el margen de actuación de corruptos, mafias, y traficantes.
El máximo exponente de la tendencia sin efectivo se reflejó en la reciente noticia de que la última Casa de la Moneda escandinava había cerrado. Efectivamente, Dinamarca siguió los pasos que en su día ya dieron sus vecinos escandinavos, Suecia y Noruega, y externalizó la producción de monedas a su también vecino nórdico (que no escandinavo) Finlandia.
Pero por si esta noticia era poco demostrativa de la tendencia de por entonces, además Dinamarca también decidió dejar de imprimir billetes; es más, además lo hizo sin tener por el momento ninguna alternativa tangible (nunca mejor dicho) para producir el papel moneda: en el país de la península de Jutlandia los billetes estaban tan pasados de moda que no tenían absolutamente ninguna prisa por subcontratar su impresión.
Tampoco podemos dejar de mencionar cómo la sociedad sin efectivo va ganando momentum también en otras economías, como por ejemplo en el propio Estados Unidos, donde cada vez más restaurantes dejan de coger efectivo para cobrar a sus clientes.
Y de la cuna camino a la tumba: algunos quieren enterrar ya la incipiente sociedad “cashless”
Pero como el futuro es siempre impredecible (también en lo económico), en unos meses las tornas han cambiado sensiblemente. El nórdico alzamiento de la resistencia “anti-cashless” no ha venido de la mano precisamente de las evidentes ventajas que traía esta novedad socioeconómica, sino que ha venido por el lado de sus desventajas. Para un sector cada vez más importante de la población, ahora estas desventajas se tornan en un riesgo nacional cada vez más inasumible.
El excepcional diario The Guardian nos contaba cómo ahora en Suecia muchos ciudadanos han pasado a pensar que deshacerse del efectivo les pone en riesgo de sufrir un ataque al sistema económico del país. Las llamadas de atención se centran en resaltar lo vulnerable que es un sistema puramente digital al fraude o a los ataques externos, pero llegan incluso al extremo de ver al gobernador del banco central de sueco advirtiendo de la necesidad de un control público de los sistemas de pago del país.
Lo cierto es que siempre ha habido voces críticas en Suecia que se alzaban contra la digitalización masiva de sus sistemas de pago, pero hasta ahora apenas encontraban eco en la sociedad sueca. Los recientes acontecimientos a nivel mundial, con una evidente guerra cibernética que ataca al corazón (o más bien a la mente) de los sistemas democráticos y sus votantes, y a la que muchas fuentes ponen carácteres cirílicos de más allá de los Urales, han hecho saltar todas las alarmas en el país.
Los países nórdicos en realidad siempre han mirado de reojo a Rusia, una superpotencia con la que comparten cercanía y frontera, y que muchas veces ha mostrado incluso pretensiones territoriales sobre estos países. De hecho, no podemos olvidar que, en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, en 1939 la entonces Unión Soviética invadió militarmente Finlandia durante la denominadad Guerra de Invierno, una agresión bélica que sigue muy viva en el recuerdo de tanto finlandeses como sus vecinos nórdicos.
Y no es para menos, puesto que, lejos de aquellos turbulentos y letales años del pasado siglo XX, Rusia parece querer dar motivos para resucitar los peores temores de nuestros vecinos del norte de Europa. De hecho, Rusia hizo unas maniobras militares específicas para ensayar la invasión militar de Finlandia, Suecia, Noruega y Dinamarca. Esos temores muy fundados tienen obviamente también su vertiente en el mundo en el mundo digital, y los Suecos temen ciberataques especialmente por parte de Rusia, y en concreto contra su sistema financiero y de pagos tan digitalmente vulnerable.
Ni la idiosincrasia particular de Suecia ha podido frenar la creciente corriente de querer mantener el efectivo
Como pueden leer en el artículo enlazado anteriormente de The Guardian, hay importantes condicionantes socioeconómicos que se dan en Suecia, y que podrían resultar incluso inconcebibles para otras democracias más “curtidas” ante políticos con pocos escrúpulos.
La realidad en Suecia es que han tenido la suerte de tener una racha de mayormente buenos políticos durante los últimos 100 años. Ello ha tenido como daño colateral que los suecos de hoy en día se pueden permitir el lujo de ser más conformistas, menos tendentes a la movilización, y confiar en el buen hacer de sus políticos, como afirma Christian Engström, uno de los ex-diputados del The Pirate Party, y uno de los primeros críticos que alzó su voz contra la sociedad sin efectivo.
Como les citábamos antes, el acalorado debate ha llegado hasta las instancias financieras más altas del país. El gobernador del Riksbank (el banco central sueco), Stefan Ingves, hizo un llamamiento para redactar una nueva legislación que asegurase el control público del sistema de pagos del país, argumentando que poder realizar y recibir pagos es un servicio colectivo, como lo puede ser la defensa, la justicia o las estadísticas públicas.
En el país nórdico no son pocas las voces que, ante el control casi exclusivamente privado del sistema de pagos del país, y bajo las patentes amenazas extranjeras, ahora ven un punto muy vulnerable en el hecho de que no sea un sistema planificado de forma pública. Se mantiene que una gestión pública aseguraría más rigurosamente planes de contingencia ante agresiones externas, y velaría en este sentido por la seguridad y el interés de todos los ciudadanos suecos, y no sólo por los intereses meramente económicos de unas pocas entidades privadas.
Sostienen que los gestores privados poco van a preocuparse por eventos de política internacional netamente inciertos hasta que se consumase el peor escenario, para cuando ya sería demasiado tarde. Y lo harían menos aun cuando diseñar el sistema de pagos del país para mitigar estos riesgos tendría hoy un alto coste de implementación, que mermaría su rentabilidad, a cambio de un beneficio potencial que tal vez no se llegase a materializar nunca. Y en todo caso tendría un aspecto de defensa nacional más que de meramente rentabilidad capitalista.
Desde estas líneas no vamos a entrar, como nunca lo hemos hecho, en el eterno debate de si ir a un modelo de servicios públicos e impuestos altos, o un modelo de servicios privados e impuestos bajos. Ya saben que nuestra opinión es que este debate es estéril, y que lo que realmente marca diferencias es la calidad de los gestores, sean públicos o privados. Pero lo cierto es que ahora esta cuestión de la sociedad sin efectivo para los suecos se ha convertido en un asunto de seguridad nacional, y eso evidentemente es un asunto más público que privado.
No nos cansaremos de repetirlo: la sociedad técnica tiene también sus grandes peligros
En nuestro análisis sobre la sociedad sin efectivo enlazado antes, ya les decíamos que, por la cuenta que le trae, el lado oscuro siempre lleva la delantera en esta deleznable forma de innovar encontrando fallas de seguridad que explotar para beneficio propio. Pero ahí está también el deber de las instituciones y empresas de ir mejorando vulnerabilidades conforme se van detectando y van siendo explotadas por los delincuentes.
Ya les advertía de que no les podía negar que el hecho de poner todo el sistema financiero y tributario de un país en manos de una tecnología concreta, que podía ser hackeada de la noche a la mañana, implicaba que en un futuro corriesemos el riesgo de ver literalmente cerrados estos sistemas hasta que se encuentre y despliegue un parche para solventar el nuevo agujero de seguridad descubierto. O que podamos caer víctimas de un ataque nacional masivo al sistema económico. Estos riesgos son precisamente los que ahora quitan el sueño a muchos suecos.
Y tengan en cuenta que los riesgos que aplican a la cashless society, en cierta medida son también aplicables al caso del dinero electrónico más persistente últimamente en portadas y titulares: las criptomonedas. Su base puramente tecnológica hace que la criptoeconomía comparta muchos riesgos de esos que ahora hace que los suecos sientan pavor. No olviden que, al fin y al cabo, las criptomonedas son software, y como tal son susceptibles de bugs, agujeros de seguridad, diseños de arquitecturas erróneas, y ataques informáticos por parte del lado oscuro.
Ya les dije también, y me reafirmo totalmente en ello, que un riesgo nada desdeñable en la sociedad tecnológica de hoy en día viene indudablemente del mundo técnico, según ya expusimos blanco sobre negro en el artículo “¿Qué pasaría a nivel económico si se cayese (o hackeasen) todo internet?”.
Y también me reafirmo en que, en tecnología, un servidor suele ser partidario de adoptar tecnologías e innovaciones mínimamente rodadas. En su día, al escribir por primera vez sobre la sociedad sin efectivo, ya les dije que uno se tira siempre decidido a la piscina si la situación lo requiere, pero que en mis años de experiencia ya he aprendido que normalmente es mucho mejor hacerlo cuando vemos que otros ya están haciendo pie y tocan fondo.
Les invitaba entonces a ir poniéndonos el bañador, pero sin perder de vista cómo les va dentro de la piscina a nuestros lanzados vecinos europeos del norte. Y por lo que ahora ya vemos, muchos de ellos ya están pensando en sacar un pie de la piscina y quedarse con un pie dentro y otro fuera. Aprendamos de los aciertos, pero también de los errores de otros: es lo más inteligente para tropezar nosotros las menos veces posibles.
Personalmente un servidor es muy amante de los planes de contingencia, y de evitar riesgos antes que de solucionar problemas. Y lo soy con más motivos cuando se trata del sistema económico-financiero de un país, por sus fuertes implicaciones para la seguridad y estabilidad nacional. Eliminar el dinero en papel es jugárselo todo a una (incierta) carta.
Si la jugada sale bien, habrá beneficios, pero si sale mal no sólo habrá pérdidas dinerarias, sino que puede haber un desastre socioeconómico de proporciones insondables, por no hablar de otros riesgos geoestratégicos. Piensen por un momento en qué ocurriría con sus vidas si alguien tirase abajo o secuestrase los medios de pago de su país si éste ya tuviese dinero 100% electrónico. Sería una agonía económica con el muy probable desenlace de no tener otra opción mas que doblegarse ante el enemigo. Y no, no es algo ni imposible ni improbable, sino todo lo contrario. El plan B (analógico) nunca fue tan atractivo ni tan necesario.
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