Asustados por la llegada de enormes manchas de petróleo que transformaron sus playas paradisíacas en «alfombras negras», los habitantes del estado brasileño de Pernambuco se organizaron rápidamente para limpiar el lugar. Pero dos semanas después, con las playas ya despejadas, temen que sea demasiado tarde para salvar la temporada turística que se avecina.
Los habitantes de las playas de Paiva, Itapuama y Enseada dos Corais, unos 30 km al sur de la capital del estado, Recife, cuentan indignados que cuando el alba del 21 de octubre trajo aquella espesa marea negra -casi dos meses después de la aparición de las primeras manchas más al norte- estaban solos, sin materiales de protección ni conocimiento sobre cómo hacer frente al desastre.
Pescadores, guías locales, trabajadores de la playa y vecinos se lanzaron al mar para intentar capturar la masa viscosa que se balanceaba con las olas, trayendo un olor penetrante de combustible.
«Me impactó, había gente entrando al agua sin guantes, sin ningún equipo de seguridad, en medio del crudo. Nunca había visto algo así», cuenta Glaucia Dias de Lima, vendedora de cocos en la playa, donde continúa limpiando voluntariamente las pequeñas partículas que siguen llegando.
El ajetreo inicial de funcionarios y voluntarios se redujo. Con una mezcla de tristeza y euforia, muestran en sus celulares las imágenes de aquellos días caóticos, especialmente una de un niño saliendo del mar con las manos embadurnadas de petróleo.
El gobierno federal, a través de la Marina, informó que desde el inicio del desastre ha destinado más de 2.700 militares, decenas de navíos y aeronaves para vigilar el derrame, y que han reforzado el número de agentes control ambiental en el terreno.
Pero entre los habitantes de los lugares afectados esa ayuda es percibida como tardía e insuficiente.
Naturaleza «pidiendo socorro»
Ahora la arena parece despejada si se mira desde lejos.
Pero a pocos kilómetros, dentro del río Massangana, el crudo todavía impregna las raíces de un manglar, bioma de transición entre el agua dulce del río y la salada del mar.
«Estamos viendo que la naturaleza nos pide socorro. No podemos esperar» a que el poder público realice la limpieza, enfatiza el marisquero Vandécio Santana, quien, vestido con un mono blanco impermeable, guantes industriales y un chaleco salvavidas acaba de retirar otra bolsa con sedimento orgánico contaminado del manglar.
Santana se convirtió en una de las caras de la tragedia al denunciar a gritos las consecuencias de no atender el derrame a tiempo, en un video que se volvió viral y lo llevó a dar entrevistas en la TV abierta nacional.
¿Qué pasará con el turismo?
Mientras esperan los resultados químicos que dirán si el agua de sus playas es apta para baño y los frutos del mar aptos para el consumo, los habitantes del sur de Pernambuco se preguntan cómo se verá afectada la temporada turística, en vísperas de las fiestas de fin de año en pleno verano austral.
Con clima cálido todo el año, el flujo de visitantes apenas disminuye entre los meses de marzo y agosto, período de lluvias.
Giovana Eulina es guía de ecoturismo, profesora de gestión ambiental, y conoce al dedillo el municipio de Cabo de Santo Agostinho.
El desastre «afectará el turismo, sí. Será necesaria una campaña para incentivar a las personas para que vengan», dice esta mujer de complexión robusta, risueña y con la imagen de la diosa de los mares Iemanjá tatuada en la pantorrilla.
Su experiencia contrasta con la de la turista Beatriz Montes Bastos, que aprovecha el último de sus diez días de vacaciones con amigas en la playa de Calhetas, una pequeña ensenada de aguas cristalinas y clima tranquilo.
En su itinerario desde Maceió, pasando por las piscinas naturales de Maragogi (ambas en el estado Alagoas), hasta el sur de Pernambuco, casi no vieron los efectos del derrame.
«Apenas en una playa encontramos algunas manchas, pequeñas, que nos ensucia. (…) Vimos muchos turistas, las posadas y hoteles estaban llenos, las playas también», relata.
Vecinos de Cabo Santo Agostinho y otros municipios del sur de Pernambuco convocaron para este domingo un masivo «abrazo al mar»: un acto para agradecer el trabajo de los voluntarios y mostrar a los turistas que sus playas están limpias.
«Pedimos que no dejen de venir», resume Glaucia.
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