Despejar el horizonte de la deuda pública de Argentina, con densos nubarrones a la vista, se presenta como el desafío prioritario del electo presidente Alberto Fernández, que necesita aliviar las cargas financieras del país para tratar de reactivar su deprimida economía.
Es un desafío que quien comandará el Ejecutivo desde el próximo 10 de diciembre ha reconocido durante la campaña para las presidenciales del último domingo: el abultado endeudamiento es el mayor condicionante para recuperar la actividad económica, por lo que es uno de los primeros temas a resolver.
El asunto tiene su urgencia porque los compromisos financieros de Argentina para 2020 son abultados y de hecho este mismo año, en agosto último, el Gobierno del saliente presidente Mauricio Macri se vio obligado a diferir el pago de deudas de corto plazo para evitar una sangría mayor de reservas del Banco Central.
Según Gabriel Torres, vicepresidente regional de Moody’s, Fernández deberá lidiar con las «importantes dificultades crediticias» que mantienen la calificación soberana de Argentina en Caa2 (riesgo sustancial), «incluida la necesidad de reestructurar la deuda púbica, y deberá abordar al mismo tiempo graves desequilibrios fiscales con opciones limitadas de financiación».
De acuerdo a diversos informes de consultoras privadas, Argentina deberá afrontar el próximo año vencimientos de capital e intereses por entre 40.200 y 63.700 millones de dólares, cálculos que difieren si se toman o no en cuenta las deudas no sólo con acreedores privados, sino también con organismos internacionales e instituciones del propio sector público argentino.
Sin posibilidad de refinanciarse en los mercados internacionales por las altas tasas que debería convalidar, con una economía en caída y una generación de divisas insuficiente, a Argentina no le quedan muchas alternativas: negociar con acreedores o declarar el cese de pagos, algo que hizo por última vez a finales de 2001.
La vía de la negociación voluntaria ya había sido planteada como necesidad por el propio Macri, que dejará al país con una deuda que, según el Gobierno, a finales de septiembre ascendía a 315.000 millones de dólares (equivalente al 68 % del PIB), de los cuales 126.000 millones estaban en manos de acreedores privados y 75.000 millones eran con organismos internacionales.
Tanto Alberto Fernández como sus asesores económicos han planteado en campaña negociar con los tenedores de bonos y con el Fondo Monetario Internacional (FMI) mayores plazos de pago, sin quita sobre el capital y los intereses.
En las últimas semanas algunos analistas y agentes del mercado han puesto en duda que no haya ningún tipo de rebaja, pero todos coinciden en que la propuesta no podrá en modo alguno ser agresiva como la de la reestructuración de 2005, cuando Argentina logró una quita del 65,4 %, porque repetir esa salida implicaría un coste de reputación que mantendrían al país excluido de los mercados.
A la par, Argentina negociará también extender los plazos de su deuda con el FMI, contraída en 2018 por Macri, cuando firmó con el organismo un acuerdo de auxilio financiero por un total de 56.300 millones de dólares, de los cuales ya se han desembolsado unos 44.000 millones.
Las negociaciones se desarrollarán en un escenario delicado para el nuevo presidente, del que la ciudadanía espera un cambio de política que permita recomponer la actividad económica, en recesión desde hace un año y medio y que cerraría este año con una caída del PIB cercana al 2,9 % y con un altísimo nivel de inflación, que terminaría este año en el 55 %.
También es probable que el peronista Fernández, exjefe de Gabinete de los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2015) -ambos de corte heterodoxo en lo económico-, y de duro predicamento contra la especulación financiera, se tope con cierta desconfianza inicial por parte de los mercados.
«El primer gesto del FMI para estirar los plazos y dar apoyo al nuevo Gobierno serán claves para convencer al sector privado de seguir en la misma dirección», observó la consultora LCG en un informe.
De momento, solo ha habido un cruce de amables saludos entre Fernández, que en campaña ha hecho al FMI corresponsable de la crisis que vive Argentina, y la directora gerente del Fondo, Kristalina Georgieva.
La número uno del organismo felicitó el lunes a Fernández por su triunfo y se mostró dispuesta a trabajar con el futuro Gobierno «para encarar los desafíos económicos de Argentina y promover un crecimiento inclusivo y sostenible».
«Los argentinos también esperamos salir lo antes posible de esta crisis para volver a crecer y que eso nos permita cumplir con nuestros compromisos, además de tener una economía sólida que nos beneficie a todos», le respondió el electo presidente.
De los intercambios amables por Twitter deberán pasar en algún momento al cara a cara y, cuanto antes, mejor.
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