El grupo automovilístico ítaloestadounidense Fiat Chrysler (FCA) busca fusionarse con PSA en el que es su tercer intento de unir fuerzas con otro socio del motor en cuatro años, una operación que necesita para evitar su irrelevancia en el sector.
FCA ya probó un acercamiento en 2015 con la estadounidense General Motors y este año con la francesa Renault, pero ambas operaciones fracasaron.
«Fiat necesita la fusión. Ha perdido relevancia a nivel mundial en los últimos años y especialmente tras la muerte de su consejero delegado Sergio Marchionne (en julio de 2018). Una fusión con PSA aseguraría su futuro», explica a EFE el profesor y economista Giuseppe Berta, director del archivo histórico de Fiat desde 1996 al 2002.
El grupo italiano ocupa actualmente la octava posición mundial por volumen de ventas, con «4,8 millones de vehículos en 2018 de los 90 millones del conjunto del sector a nivel global, lo que supone poco más del 5 %, una cuota de mercado bastante pequeña», indica por su parte a EFE el economista y consultor Andrea Giuricin.
Pero una fusión entre FCA y PSA crearía el cuarto coloso del motor del mundo, con sinergias estimadas en 3.700 millones de euros, unas ventas de 8,7 millones de unidades (el 9,5 % del total global) y una capitalización de unos 45.000 millones de euros.
Giuricin, que ha sido consultor para el Banco Mundial, justifica que si Fiat no hubiera comprado Chrysler en 2014 «ahora sería un grupo muerto» y subraya que necesita una nueva unión para «ser más competitivo».
Para Berta, el hecho de que el poder ejecutivo de la hipotética nueva sociedad recaiga en el portugués Carlos Tavares, actual consejero delegado de PSA -fabricante de Peugeot, Citroën u Opel- añadirá valor al grupo de la familia Agnelli, porque «ha demostrado ser un directivo muy competente».
Este experto en Fiat cree que la eventual fusión es «en teoría más fácil que las dos que ha intentado FCA en los últimos años», sobre todo más que la de Renault, en primer lugar porque «PSA es un grupo más compacto».
«Uno de los grandes problemas que hubo con Renault es que este había negociado con Fiat sin contar con Nissan y tendría que haber solucionado primero sus problemas dentro de la alianza» de los dos constructores automovilísticos, reprocha.
Renault controla el 43 % de Nissan y el grupo nipón tiene a su vez un 15 % en el accionariado del francés, sin derecho de voto, y controla el 34 % de la japonesa Mitsubishi.
En segundo lugar, el Estado francés es el primer accionista de Renault, con el 15 % de su capital, y sus reticencias fueron fundamentales para echar por tierra la iniciativa, pero tiene un papel menos determinante en PSA, donde controla el 12 % a través del Banco Público de Inversión (BPI).
Berta argumenta que FCA y PSA tienen otro elemento a su favor, son complementarios, sobre todo a nivel geográfico, pues PSA puede volver al mercado estadounidense con Fiat, que «tiene una gran presencia con sus marcas Jeep y RAM», y FCA puede poner fin a su debilidad en Europa gracias a los franceses, que son el segundo mayor fabricante de coches del Viejo Continente.
Las ventajas para Fiat también se concentran en Asia, donde PSA juega un papel fundamental de la mano del fabricante chino Dongfeng, que es uno de sus mayores accionistas con alrededor del 12 % del capital francés.
De hecho, PSA y Dongfeng tienen en China la empresa conjunta Dongfeng Peugeot Citroën Automobile Co., esencial para el éxito del grupo PSA en el continente.
Sin embargo, el gran atractivo de China puede ser al mismo tiempo el principal escollo de las negociaciones, dada la actual guerra comercial entre el gigante asiático y Estados Unidos, apunta por su parte Giuricin, que es también investigador del Instituto italiano Bruno Leoni, uno de los laboratorios de ideas más reputados de Italia.
«Si se aprueba la fusión, Dongfeng tendrá seguramente una participación en la nueva sociedad, que seguirá siendo potente en Estados Unidos por parte de FCA. Habrá que ver si (el presidente estadounidense, Donald) Trump lo acepta, ya que China influiría de cierta manera en el nuevo grupo», reflexiona quien fue profesor adjunto en las Universidades de California, Minnesota y Michigan.
Giuricin vaticina que las negociaciones «serán largas» y tendrán que superar otra cuestión: la preocupación de Francia e Italia por los posibles despidos.
Presiente «el temor por una pérdida de puestos de trabajo es lógica», pero advierte de que ya el proceso de electrificación de los coches, independientemente de las fusiones, «implica una reducción de las plantillas».
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