En mayo y agosto de este año, sendas escaladas en el conflicto comercial y tecnológico entre Estados Unidos y China sacudieron las bolsas y hundieron los rendimientos de los bonos a mínimos históricos. Pero ya pasó; después de eso, los mercados financieros han vuelto a la euforia. Las acciones estadounidenses y de otros países siguen una tendencia ascendente, e incluso se habla de un potencial sobrecalentamiento. Los mercados se entusiasman con las posibilidades de “comercio de reflación”, en la esperanza de que la reciente desaceleración global ceda paso en 2020 a una aceleración del crecimiento y a una inflación más firme (un entorno favorable a las utilidades y a los activos de riesgo).
Este repentino paso del rechazo a la aceptación del riesgo es reflejo de cuatro hechos positivos. En primer lugar, es probable que Estados Unidos y China alcancen un acuerdo en “fase uno” que evite al menos en forma temporal una futura escalada de su guerra comercial y tecnológica. En segundo lugar, pese a la incertidumbre en torno de la elección del 12 de diciembre en el Reino Unido, el primer ministro Boris Johnson consiguió al menos un acuerdo tentativo con la Unión Europea para un “Brexit blando”, y las chances de que el RU se vaya del bloque por las malas se han reducido considerablemente.
En tercer lugar, Estados Unidos mostró contención ante las provocaciones iraníes en Medio Oriente; el presidente Donald Trump se dio cuenta de que responder con ataques quirúrgicos en Irán podía dar lugar a una guerra declarada y a una grave escalada de precios del petróleo. Y finalmente, la Reserva Federal de los Estados Unidos, el Banco Central Europeo y otros bancos centrales importantes adoptaron una política monetaria más expansiva, en previsión de la posible aparición de vientos de frente geopolíticos. El hecho de que los bancos centrales acudan una vez más al rescate lleva a que incluso pequeños “brotes verdes” como la estabilización del sector fabril estadounidense y la resiliencia del crecimiento del consumo y los servicios se tomen como preanuncio de una nueva expansión global.
Pero hay muchos indicios que hablan de que no todo anda bien en la economía mundial. Para empezar, datos recientes de China, Alemania y Japón sugieren que la desaceleración continúa, aunque haya perdido algo de fuerza.
En segundo lugar, aunque Estados Unidos y China acuerden una tregua, es casi seguro que el actual desacople de las dos economías más grandes del mundo volverá a acelerarse después de la elección estadounidense en noviembre del año entrante. En el mediano a largo plazo, lo mejor que puede esperarse es que la nueva guerra fría en ciernes no se convierta en una “guerra caliente”.
En tercer lugar, si bien China mostró contención en su respuesta al levantamiento popular en Hong Kong, la situación en la ciudad está empeorando, de modo que es probable que haya una represión violenta en 2020. Entre otras cosas, una respuesta china militarizada puede frustrar cualquier acuerdo comercial con Estados Unidos y provocar un cimbronazo en los mercados financieros, además de favorecer a las fuerzas independentistas de Taiwán, algo inadmisible para Beijing.
En cuarto lugar, aunque un “Brexit duro” esté fuera de cuestión, la situación en la eurozona está empeorando por motivos que no se relacionan con la inminente partida del RU. Alemania y otros países con espacio de maniobra fiscal siguen resistiéndose a los pedidos de políticas de estímulo. Para colmo, todo indica que la nueva presidenta del BCE, Christine Lagarde, no podrá ofrecer mucho más en materia de estímulo monetario, ya que un tercio del Consejo de Gobierno del BCE ya se opone a la ronda de estímulo actual.
Además de los desafíos derivados de una población que envejece, el debilitamiento de la demanda china y los costos del cumplimiento de nuevas normas ambientales, Europa también sigue siendo vulnerable a la muy repetida amenaza de Trump de imponer aranceles a las importaciones de autos alemanes y de otros países europeos. Y economías europeas importantes (en particular Alemania, España, Francia e Italia) experimentan conflictos políticos que pueden convertirse en problemas económicos.
En quinto lugar, ahora que las paralizantes sanciones estadounidenses impulsan disturbios callejeros en Irán, el régimen no verá otra opción que seguir fomentando la inestabilidad en la región circundante, a fin de aumentar los costos de la estrategia actual de Estados Unidos. Medio Oriente ya está en llamas. Protestas masivas han estallado en Irak y en el Líbano, un país que en la práctica está quebrado y en riesgo de sufrir una crisis monetaria, de deuda soberana y bancaria. Con el vacío político que se abrió allí, es posible que la milicia con respaldo iraní Hezbollah decida atacar a Israel. En tanto, la incursión turca en Siria plantea numerosos riesgos nuevos, incluido el suministro de petróleo desde el Kurdistán iraquí. La guerra civil en Yemen no tiene fin a la vista. Y hoy Israel está sin gobierno. La región es un polvorín; un estallido puede provocar un shock petrolero e iniciar un nuevo episodio de huida del riesgo.
En sexto lugar, los bancos centrales están llegando al límite de lo que pueden hacer para sostener la economía, y una respuesta fiscal sigue limitada por la política y por el alto endeudamiento. Es verdad que en caso de nueva desaceleración las autoridades podrían apelar a políticas todavía menos convencionales (en concreto, una monetización del déficit fiscal), pero no lo harán hasta que la próxima crisis ya sea grave.
En séptimo lugar, la reacción populista contra la globalización, el comercio internacional, las migraciones y la tecnología se está agravando en muchos lugares. Puede producirse una competencia proteccionista en la que más países apliquen políticas que restrinjan los movimientos de bienes, capital, mano de obra, tecnología y datos. Si bien las recientes protestas masivas en Bolivia, Chile, Ecuador, Egipto, España, Francia, Hong Kong, Indonesia, Irak, Irán y el Líbano obedecen a una variedad de causas, todos estos países experimentan dificultades económicas y un creciente resentimiento político en relación con la desigualdad y otras cuestiones.
En octavo lugar, es posible que Estados Unidos bajo Trump se convierta en la mayor fuente de incertidumbre. Las políticas comerciales proteccionistas de Trump amenazan con destruir el orden internacional que Estados Unidos y sus aliados crearon después de la Segunda Guerra Mundial. Algunos en Europa (por ejemplo el presidente francés Emmanuel Macron) temen que la OTAN ya esté en coma, mientras Estados Unidos provoca en vez de apoyar a sus aliados asiáticos (por ejemplo Japón y Corea del Sur). Dentro de Estados Unidos, el proceso de juicio político llevará a un agravamiento de la sectarización y de la parálisis política, y algunos precandidatos presidenciales demócratas tienen plataformas que inquietan a los mercados financieros.
Finalmente, las tendencias a mediano plazo pueden causar todavía más daño económico y disrupción: el envejecimiento demográfico en las economías avanzadas y en los mercados emergentes reducirá inevitablemente el potencial de crecimiento, y las restricciones a las migraciones empeorarán el problema. El cambio climático ya está causando un costoso daño económico al aumentar la frecuencia, virulencia y destructividad de los fenómenos meteorológicos extremos. Y aunque a la larga la innovación tecnológica puede agrandar el tamaño del pastel económico, antes de eso la inteligencia artificial y la automatización generarán trastornos a los mercados laborales, las empresas e incluso a industrias enteras, lo que agravará niveles de desigualdad que ya son altos. Cuando sea que se produzca la próxima desaceleración grave, el alto y creciente endeudamiento público y privado resultará insostenible, y se generará una ola caótica de impagos y quiebras.
La desconexión entre los mercados financieros y la economía real se está volviendo más pronunciada. Los inversores se entusiasman con la atenuación de algunos riesgos extremos a corto plazo y con el regreso de los bancos centrales a la expansión monetaria, pero los riesgos fundamentales a la economía global subsisten. De hecho, en una perspectiva a mediano plazo, en realidad se están agravando.
Nouriel Roubini es profesor de economía en la Stern School of Business de la New York University y presidente de Roubini Macro Associates. Fue economista senior para asuntos internacionales en en el consejo económico de la Casa Blanca durante el gobierno de Clinton. Ha trabajado para el Fondo Monetario Internacional, la Reserva Federal, y el Banco Mundial.
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