Las nubes de humo blanco se elevan sobre las chimeneas de una planta de carbón en el oeste del estado de Pensilvania, donde el mineral es transportado por un tren de carga en rieles que corren a lo largo del río Monongahela.
Construida hace más de un siglo, en la época de oro de la otrora todopoderosa industria estadounidense, la planta de Clairton es la más grande del país en la producción de coque, un componente clave del acero, en una región que experimenta cambios económicos y políticos.
Meses antes de las elecciones presidenciales de noviembre, un equipo de AFP cruzó una parte del país para tomar el pulso de los estados ubicados entre Washington y Iowa, donde la primera etapa de las primarias demócratas se llevará a cabo el 3 de febrero.
En 2016, para sorpresa de todos, el republicano Donald Trump ganó en Pensilvania, un estado que había votado por los demócratas en las presidenciales desde 1992, lo que costó, entre otras cosas, el triunfo de Hillary Clinton.
Una de las bases de su triunfo fue haber encontrado el tono adecuado para dirigirse a estos trabajadores desorientados por las transformaciones ambientales de un mundo cambiante.
«Trump habló con muchos de nuestros miembros», dice el líder sindical de la planta, Don Furko.
En 2016, el liderazgo de su sindicato mantuvo su apoyo a la demócrata Hillary Clinton, pero las opiniones de sus integrantes estuvieron tan divididas entonces que esta vez la dirección ha decidido sondear a sus afiliados.
«No creo que haya cambiado», dice Furko. «Sé que en mi sección, la mayoría de ellos todavía respaldan a Trump».
Si bien en la clase trabajadora no todos apoyan al presidente republicano y muchos se preguntan cómo pueden ser representados por un multimillonario de Nueva York, sus negociaciones con Canadá y México para modificar un acuerdo de libre comercio fueron muy valoradas.
Pero también sus declaraciones escépticas sobre el cambio climático y sus declaraciones de apoyo al carbón, a pesar de lo nocivo de este mineral para el medioambiente.
– Contaminación, pero con trabajo –
Floyd Macheska, un minero de carbón de tercera generación ahora retirado, expresa sus dudas sobre la veracidad del cambio climático.
«Los antiguos (mineros) subieron la escalera en lugar de esperar a que les dieran las cosas», lamenta. «Siempre pensaron que los demócratas estaban allí para los trabajadores. Esto ha cambiado», agregó, argumentando que el expresidente Barack Obama dio un impulso injusto a la competencia al promover la energía renovable.
Aunque sufre de antracosis, una enfermedad pulmonar grave causada por la inhalación de polvo de carbón, Floyd Macheska dice que siente nostalgia por esa industria.
«Hubo momentos en que ni siquiera podíamos ver adónde íbamos, había mucho humo. Pero lo hacíamos aún cuando había inviernos con mucha nieve», recuerda.
El impacto nocivo de esta industria en Pensilvania va mucho más allá del cambio climático.
Un estudio de 2017 realizado por un pediatra en Pittsburgh -la gran ciudad vecina, donde la industria tecnológica reemplazó el acero- determinó que el 22% de los niños eran asmáticos ahí, más del doble del promedio nacional.
«En general, los políticos siempre han acordado adaptarse a la industria del acero, ya que crea empleos», afirma Myron Arnowitt, director para Pensilvania de la ONG ambientalista Clean Water Action.
Pero dado que un incendio en la planta de Clairton causó una explosión en el nivel de dióxido de azufre, un gas potencialmente peligroso para la salud, «más políticos reconocen que se ha ido demasiado lejos», agrega.
Un poco más al norte, la pequeña ciudad de Aliquippa, con sus decrépitos edificios en el centro de la ciudad, da testimonio del declive del acero, cuya única fábrica cerró en 1984.
«Recuerdo que hace mucho tiempo, ancianas dijeron que cuando había hollín en los porches y las escaleras de las casas y que era necesario limpiar, no les molestaba, porque significaba que los hombres estaban trabajando», señala Jeannie D’Agostino, copropietaria de una bolera donde los clientes habituales se reúnen para comer pizza, beber cerveza y un concierto de música punk.
«Ahora todo lo que escuchamos son personas que se quejan de la suciedad y las consecuencias para el medioambiente», agrega.
«Los jóvenes, especialmente, entienden que su futuro se está evaporando ante sus ojos. No ven un futuro en una industria que emplea a cada vez menos personas», explica Arnowitt.
Según las estadísticas federales de Estados Unidos, 6.566 personas viven hoy en Clairton, una cifra que se ha reducido en dos tercios desde 1950.
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