Donald Trump tomará en menos de tres semanas las riendas de un país dividido, pero la estrategia de arranques permanentes que le funcionó para llegar a la presidencia de Estados Unidos podría chocar con la dura realidad del poder en la Casa Blanca.
El millonario populista, cuya sorpresiva victoria desencadenó una onda de choque en su país y en el mundo, entrará el 20 de enero en la mítica Oficina Oval con una tasa de impopularidad de 48%.
Su predecesor, Barack Obama, que advirtió antes de la elección del 8 de noviembre sobre el peligro que representaría Trump para la democracia, deja su puesto con una popularidad récord de 55%.
Desbaratando los pronósticos, el empresario, totalmente novato en política, rompió todos los códigos y le ganó a sus competidores republicanos para después volver a ganar -aunque haya perdido en cantidad de electores- frente a la demócrata Hillary Clinton.
Desde entonces, en pleno periodo de transición, el clima político es pesado y lleno de incertidumbres.
“Es difícil decir qué esperar con Trump, porque tiene muy poca experiencia política y porque evidentemente tiene un humor muy cambiante”, se inquieta Fred Greenstein, profesor en Princeton y autor de una obra sobre los presidentes de Estados Unidos (“The Presidential Difference: Leadership Style from FDR to Barack Obama”).
470 colaboradores
Casi dos meses después de su elección, Donald Trump sigue siendo Donald Trump: mantiene su personalidad considerada errática -se describió a sí mismo como “imprevisible”-, y sigue con su comunicación estruendosa en Twitter, sobre todo en cuestiones importantes de política exterior.
“No sé qué quiere hacer y creo que él tampoco”, dijo a la AFP a principios de diciembre el senador demócrata Patrick Leahy.
A partir del 20 de enero, deberá pilotar la primera potencia mundial.
Para que lo ayuden a tomar decisiones sobre las decenas de temas diarios, al comandante en jefe lo acompañarán 470 colaboradores en la Casa Blanca.
Un exasesor presidencial confiesa: “No sé si ya saben” cómo el 45° presidente de Estados Unidos, que pasó hasta ahora la mayor parte de su tiempo en la cumbre de su torre Trump de Manhattan y en su club de Florida, manejará la realidad del ejercicio del poder.
Donald Trump contará con un equipo que armó minuciosamente en estas últimas semanas, formado por miembros de su familia, millonarios, empresarios, caciques republicanos y militares retirados.
¿Qué lugar ocuparán su hija Ivanka Trump y su yerno Jared Kushner? ¿Le dejará lugar a su vicepresidente Mike Pence, a su secretario general, el jerarca republicano Reince Priebus, o a su asesor estratégico Steve Bannon, figura de la extrema derecha estadounidense?
La historia de cómo han gobernado los presidentes anteriores, narrada por el profesor Greenstein, es instructiva.
El demócrata Jimmy Carter (1977-1981) le permitía a su mujer Rosalynn asistir a reuniones importantes. Los demócratas Franklin Roosevelt (1933-1945) y Bill Clinton (1993-2001) dejaban a sus esposas Eleanor y Hillary influir en las orientaciones políticas.
Novato, como Eisenhower
El republicano Dwight Eisenhower, un novato en política al igual que Trump, amaba que sus consejeros debatieran fuertemente sus ideas antes de decidir.
A diferencia de él, su lejano sucesor republicano Ronald Reagan (1981-1988) odiaba los conflictos abiertos y se rodeó de un “interesante triunvirato”, explica Greenstein: (Edwin) “Meese, una especie de ideólogo; Jim Baker, político pragmático y de la clase dirigente republicana, y Mike Deaver, el hombre de las relaciones públicas, muy cercano a Nancy” Reagan.
“No se peleaban porque representaban las diferentes facetas de Reagan”, subraya.
Las rivalidades también pueden dividir la casa en pedazos. El Ala Oeste es pequeña, pero puede producir descontento, envidia y ambición en dosis dignas de Shakespeare. Bajo la presidencia de George Bush padre (1989-1993), su secretario general John Sununu y su director de presupuesto Richard Darman protagonizaron fuertes peleas sobre los impuestos.
George W. Bush (2001-2008) también tuvo que contemporizar entre su poderoso vicepresidente Dick Cheney y su influyente ministro de Defensa Donald Rumsfeld. “Quien asiste a las reuniones, quien accede al oído del presidente, quien tiene la suerte de poder hablarle antes de que decida, es fundamental”, resumió Cheney antes de ser vicepresidente.
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