Pero hay una pregunta que nos hacemos menos y sin embargo, es fundamental: ¿Qué pasa con la gran mayoría de la población que se queda? Evidentemente son más, entonces, ¿Cómo no tratar de entenderlos?
Algunos despachan esta pregunta con una respuesta simple: “No se van, porque no pueden”. No dudo que una parte de la población tenga deseo de marcharse pero los bloqueadores para hacerlo sean insalvables: la edad, limitaciones familiares, falta de conexión con el exterior, miedo, entre otros. Pero no es cierto que este es el único factor.
Hay algo más que retiene a la mayoría de los venezolanos y tiene que ver con dos elementos fundamentales que debemos entender. Un primer grupo simplemente saca su cuenta y piensa que le conviene estar aquí. Que pese a la crisis severa y los riesgos que esta acarrea, considera que las oportunidades siguen abiertas y piensa que los vacíos que dejan quienes se van pueden ser llenados por ellos, dándoles nuevas opciones de negocio, trabajo y lucha. Entienden que pese a la crisis, los venezolanos se levantan y se lavan los dientes, comen, se desplazan, se comunican e incluso se entretienen, actividades que ocurren incluso en las peores guerras y crisis de la humanidad. Alguien tiene que atenderlos y ellos sienten que pueden y deben estar ahí. En este grupo se encuentran también quienes, con recursos externos ahorrados o invertidos a través de los años de bonanza, podrían irse pero al analizarlo con detalle entienden que sus reservas en moneda extranjera tienen siete veces más capacidad de compra en Venezuela que en casi cualquier otro país y que marcharse significa pulverizar sus ahorros y reducir dramáticamente su tiempo de protección. El dato es demoledor: con 50 dólares compras 35 kilos de carne en Venezuela (a precio negro) y sólo 4 en Miami. Lejos de la visión del migrante hipersensible a la inseguridad, a la política o la crisis económica interna, algunos venezolanos no ven la salida como una oportunidad de mejora, aunque pudieran vivir más tranquilos, más seguros o con mejor infraestructura y educación. La ven como un sacrificio que traería consecuencia negativas a su calidad de vida. Y entonces, cuando la esposa le pregunta al marido, ¿por qué no nos vamos, si todos se van? El responde: porque todavía tengo muchas cosas que hacer aquí, porque vamos a comernos los ahorros o porque vamos a pelar más que protagonista ciega en novelita rosa.
Nos queda el tercer grupo, menos pragmático y más emocional. Simplemente no se van porque sienten que deben defender sus espacios y luchar por su país, como decía Andrés Eloy Blanco en Reinaldo Soler: “quedarnos aquí, para sufrir con todo el corazón la parte que nos corresponde en el dolor de la Patria; para desaparecer con ella, si ella perece; para tener la satisfacción de decir más tarde, si ella se salva y prospera: yo tengo derecho a este bienestar porque lo compré con mi dolor”.
No soy nadie para juzgar las razones de cada quien, sólo quiero describirlas para entender porque se van los que se van, pero también porque se quedan…quienes nos quedamos. Cada quien tiene el derecho de buscar su felicidad, ahí donde crea que está.
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