Pese a los avances de la tecnología, los tanques de madera que transportan agua hacia los pisos más altos de los edificios de Nueva York y forman parte de su paisaje urbano son más populares que nunca.
En la capital de los rascacielos hay millones de personas que dependen de estos tanques de cerca de cuatro metros de altura para su suministro de agua, aunque la mayoría lo ignora.
Su razón de ser obedece a la presión insuficiente que obliga a todos los edificios de más de seis pisos a bombear agua hasta el techo, antes de que la gravedad se encargue del resto.
Terrance Stokes y su equipo trabajan en un edificio lujoso de la avenida Lexington, en el barrio del Upper East Side.
En siete horas, desarmarán un tanque y armarán uno nuevo para Isseks Brothers, una de las tres empresas que se reparten el mercado en la ciudad más poblada de Estados Unidos, que posee unos 10.000 tanques.
Las herramientas han evolucionado un poco, pero en gran parte los tanques se construyen hoy igual que en 1890, año en que los hermanos Isseks, inmigrantes polacos de Bialystok, crearon su compañía.
“Es la belleza de la cosa”, se maravilla David Hochhauser, coproprietario de Isseks, la empresa que dirige junto a su hermano y su hermana. “Es tan simple”.
El tanque de madera tiene un costo moderado: entre 35.000 y 100.000 dólares, mientras la fibra de vidrio sale el doble y el acero el triple. También es más rápida la instalación, posible incluso en los mayores rascacielos (un día contra al menos una semana), y su agua puede ser usada en caso de incendio.
– “No está en los libros” –
Por los techos Terrance siguió el camino de su padre, jubilado hace tres años, y hoy es él quien dirige el ballet de artesanos cuyo conocimiento constituye el primer activo de Isseks.
“Es un oficio muy peligroso”, advierte este hombre originario de San Vicente y las Granadinas, como la mayoría de su equipo. “Hay que estar atento a todo momento”.
El edificio de la avenida Lexington solo tiene nueve pisos, pero Isseks ya ha colocado tanques en el ex y el nuevo World Trade Center, que culmina a 541 metros, así como en muchos rascacielos neoyorquinos.
El equipo trabaja de corrido, casi sin pausas. “Cuando las personas regresan a casa a las cuatro, quieren que haya agua”, sonríe Terrance.
Un poco después de las 15:00, el agua comienza a llenar el tanque nuevo, y se filtra. Pero no hay errores de cálculo o de instalación: el cedro de Alaska se hinchará bajo efecto del agua y el cilindro será impermeable en dos o tres días. Durará unos 25 años.
Isseks tiene plena confianza en Hall-Woolford, la empresa de Filadelfia que le suministra las tablas de madera cortadas a medida para el montaje.
En Filaldefia, solo siete personas trabajan en este taller que abrió sus puertas hace más de 160 años, y donde algunas máquinas son más viejas que los hombres que las utilizan. Nada es automático, todo está guiado por la mano del hombre.
Los cálculos se hacen a mano, el modelo existe en la mente o en el papel, no en un computador.
“Esto no se aprende en un libro”, explica Jack Hillman, el gerente. “Se transmite de generación en generación, de un obrero a otro”.
Como para los Hochhauser o los Stokes, Hall-Woolford es una historia de familia. El hijo de Jack trabaja en el taller, al igual que Robert Riepen, de 71 años, precedido por su padre y su abuelo.
“Hay que tener esto en la sangre”, dice Jack, que desde sus 13 años solo dejó el taller para enlistarse en los Marines y partir a Vietnam.
– La madera, otra vez de moda –
“La gente que trabaja para nosotros es especial y no hay manera de reemplazarla con robots o máquinas automatizadas”, afirma David Hochhauser.
Los negocios marchan mejor que nunca, se regocija Jack Hillman, aunque permanece vigilante. Se acuerda de la desaparición de los tanques de Filadelfia, que abundaban en los años ’70.
El negocio “no floreció como en Nueva York y la industria de las bombas tomó su lugar”, explica. La ciudad solo utiliza ahora cañerías y electricidad para hacer circular el agua.
Jack Hillman está convencido de que los tanques tienen un gran futuro por delante, más aún cuando la madera vuelve a estar de moda. “A algunas personas no les importa el precio, quieren un tanque de madera. Quieren lo natural”.
Al punto que las tablas de los viejos tanques se revenden ahora a buen precio para confeccionar muebles o hacer un parquet.
Jack Hillman piensa en el futuro, incluso lejano, y ve en él tanques de madera. “Durarán más tiempo que yo”.
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