La economía venezolana está totalmente desquiciada. De cumplirse las estimaciones del FMI para el 2018 en sólo cuatro años, nuestro PIB se habrá reducido a la mitad. El populismo, el desprecio a las instituciones, la inseguridad jurídica, el irrespeto a la propiedad privada, la constante falta de acatamiento a la Constitución, las violaciones a la propiedad privada, la corrupción, la lista creciente de altos funcionarios sancionados en un número cada vez mayor de naciones, el desconocimiento masivo a las elecciones del 20M, el hecho insólito de que tanto la OEA (con el apoyo de varios de sus Estados miembros) como la ONU -a través del alto comisionado para los Derechos Humanos- coincidan en pasar el caso de nuestro país a la Corte Penal Internacional, son todos indicativos de la profunda gravedad de lo que está ocurriendo en Venezuela.
Como si fuera poco, a lo anterior hay que agregar la destrucción de la que ha sido objeto la industria petrolera cuya producción ha caído vertiginosamente, la creciente paralización de nuestra refinerías y nuestras plantas mejoradoras de crudo y la pérdida de arbitrajes internacionales, que ha conducido a las medidas de embargo de Conoco Phillips.
La situación es caótica. Cerca de 82 tanqueros, temerosos de ser embargados, se encuentran fondeados en aguas venezolanas -según información de Reuters- en tanto que nuestras exportaciones petroleras han caído en un 32% (368.000 barriles diarios) sólo en los primeros 15 días de junio. Pdvsa ya le ha comunicado a sus principales clientes que no podrá cumplir con los suministros contratados y, mientras tanto, Curazao que por décadas nos ha venido arrendando una refinería que procesa 330.000 barriles diarios, está en la búsqueda de otras empresas para remplazar a nuestra casa matriz petrolera.
Y para colmo, la inflación, la más alta del mundo, sumada a la destrucción del signo monetario y la escasez angustiosa que atenaza el alma del país. ¡Dios mío, cómo pueden haber hecho tanto daño!
El venezolano de a pie intuye la conexión entre todo lo anterior y su vida diaria. Voy a referirme a un ejemplo un tanto simplista (para muestra basta un botón) que pone en evidencia las profundas distorsiones en que puede caer una economía cuando se viola sistemáticamente la racionalidad:
Una gandola de gasolina carga 38.000 litros; un litro de gasolina de 91 octanos cuesta 1 bolívar por litro; por tanto el costo de una gandola es de Bs 38.000. Mientras tanto un cartón de huevos de 30 unidades cuesta Bs 3.800.000 (me dicen que ya está más caro). Eso lleva a la insólita conclusión de que con el equivalente al costo de un cartón de huevos se pueden pagar 100 gandolas de gasolina. Peor aún con lo que cuesta un sólo huevo se podrían pagar casi tres gandolas de gasolina. ¡Qué barbaridad!
Esto es precisamente el resultado de la forma incoherente como se viene manejando la economía venezolana. El gobierno no se ha atrevido hasta ahora a aumentar el precio de la gasolina por temor a las repercusiones políticas que ello podría acarrear. Sin embargo, no ha tenido el régimen ningún empacho en destruir el aparato productivo venezolano, dentro del cual está incluido el sector avícola (y de hecho todo el sector agrícola) que produce los huevos, aplicándole toda suerte de medidas absurdas que han llevado a que entre el 2012 y julio del 2017 la cantidad de gallinas ponedoras haya caído en un 50% y la cantidad de huevos disminuyese en más de 4 millones de unidades. Para el 2018 la cifra es mucho más dramática. Lo mismo está ocurriendo con la carne y con todos los rubros alimenticios del venezolano.
No puedo comprender que para el gobierno el hambre no tenga consecuencias políticas en tanto que el precio de la gasolina sí las tenga. Quizá piense que el hambre puede ser utilizada políticamente (con bolsas Clap) para manipular a la gente, en tanto que la gasolina no. Me temo, sin embargo, que ya no le alcanzarán los dólares ni siquiera para seguir comprando esas bolsas. Creo que finalmente tendrán que aumentar la gasolina.
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