Con el milagro económico por bandera y convertida en la segunda potencia económica mundial, China celebra el próximo 1 de octubre el septuagésimo aniversario de su fundación. La próxima meta parece obvia: ¿conseguirá ser la primera potencia a los 100?
Para el decano del Instituto de Estudios de China de la Universidad Tsinghua, Hu Angang, «hay un 100% de probabilidades» de lograrlo.
El economista y profesor de la escuela de negocios Cheung Kong Xu Chenggang va más allá: «si nada se tuerce, es bastante seguro que el tamaño de la economía china supere al de la estadounidense en, quizás, 10 años», aunque matiza que sería en términos nominales, ya que en PIB per cápita «todavía se encuentra en niveles bastante bajos».
No será un camino fácil: en las próximas tres décadas, China deberá enfrentarse a retos como controlar el efecto de la guerra comercial con EEUU, continuar con las reformas para convertirse en un país rico y acomodar los intercambios económicos con el exterior, a través de otras ciudades ante la incertidumbre por lo que pueda pasar en Hong Kong, centro financiero internacional.
– Una rivalidad convertida en guerra económica –
Desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2017, la retórica de Washington sobre la relación con China se ha centrado en que Pekín abusa del vasto mercado estadounidense para vender sus productos y no adquiere suficientes bienes producidos en EEUU, algo que le generó en 2018 un superávit de 2,14 billones de yuanes (275.989 millones de euros).
Pero Hu recuerda que el peso de las exportaciones sobre el PIB chino cayó del 35,4% de 2006 -su pico máximo- al 18,2% en 2018 como parte del cambio de modelo propuesto por Pekín, por lo que la caída del comercio no afectaría tanto ahora.
«El comercio con regiones como el Sudeste Asiático, África o América Latina sigue creciendo. China es ya el primer socio comercial de 120 países, mientras que EEUU solo lo es de 50 -apunta-. El impacto de la guerra comercial sobre la economía china es bastante limitado».
Pero en Pekín consideran que el conflicto va más allá del comercio: los medios oficiales denuncian que Trump quiere impedir que China destrone a su país como principal potencia económica.
¿Cuánto durará la guerra comercial? Los expertos más pesimistas anticipan que podría extenderse 50 años, pero lo que parece seguro es que no habrá solución fácil con Trump, quien quiere ser reelegido en 2020 para gobernar hasta 2025 y acusa a China de postergar un acuerdo para ver si el candidato demócrata le derrota.
Xu cree que, aunque Trump dejase la presidencia, el conflicto continuará: «la relación va a empeorar (…) y uno de los objetivos será la tecnología», explicó a EFE el experto, que especuló con un posible embargo tecnológico que causaría «grandes problemas» a China.
Pekín ya se prepara para que la situación no se resuelva a corto plazo y, aparte de responder a los aranceles con más aranceles, da pistas de su estrategia como la devaluación del yuan -en mínimos desde 2008-, que permitiría ganar más competitividad en exportaciones, aunque a costa de perder capacidad importadora y de arriesgarse a una fuga de capitales.
– Más reformas para convertirse en un país rico –
Uno de los temas estrella en prensa estatal y discursos oficiales son las reformas para sostener el crecimiento económico y hacer que China entre en el club de los países «ricos».
Preguntado acerca de la ‘trampa del ingreso medio’ -polémica teoría económica que defiende que muchos países en vías de desarrollo crecen rápidamente hasta conseguir una renta per cápita media y luego se estancan-, Hu asevera: «en 2030, cuando miremos atrás, veremos que es un concepto falso».
Afirma que los planes gubernamentales chinos buscan aumentar los niveles de renta cada 10 años: el actual está orientado a un nivel medio-alto, y el de la próxima década, a «uno alto».
Esto, según Xu, no será fácil con problemas como el desempleo derivado de un menor crecimiento, la alta proporción de la deuda pública sobre la total, los bajos ingresos por hogar frente al PIB, unas políticas de estímulo fiscal solo útiles a corto plazo o los préstamos hipotecarios a gobiernos locales con la tierra como aval.
El economista cree que China necesita «reformas fundamentales» como una Justicia independiente que proteja la propiedad privada, que el Estado renuncie al monopolio sobre la propiedad de la tierra y en el sector financiero -especialmente, de los bancos-, y que haya comicios a nivel local para que los funcionarios no respondan solamente ante sus jefes, sino ante su electorado.
«Sin reformas en esas áreas, temo que las consecuencias serán caídas en el crecimiento y en la estabilidad. Si no actúa demasiado tarde, el régimen podría sobrevivir», indica.
Otro factor a tener en cuenta para el futuro a medio plazo es la incógnita de Hong Kong, que, en principio, perderá su autonomía en 2047 y donde parte de la sociedad da muestras, con multitudinarias protestas desde junio, de no acoger con agrado la cada vez mayor injerencia de Pekín.
Más allá de la incertidumbre para un país donde prima la estabilidad sobre casi todo lo demás, Hong Kong sigue siendo un centro financiero internacional, puerta de entrada de capitales e inversión a China.
Aparte de su potente Bolsa, Hong Kong ofrece garantías institucionales a las firmas extranjeras que quieren acceder al gigante asiático, lo que plantea la pregunta de si China será capaz de reproducirlas cuando Hong Kong pierda su autonomía.
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