Nuria vive en un sector popular de Petare, su casa tiene dos baños, pero solo usan uno. La falta de agua es un problema que al principio parecía tener solución, verla correr por los grifos fue una promesa que se quedó suspendida en el olvido. “Dejamos de usar un baño, ese ahora funciona como depósito. Le alquilo ese espacio a un yerno para guardar material de su negocio. En el otro baño siempre tengo un tobo grande con agua y con eso nos arreglamos”.
La falta de agua no es excusa, Nuria sale a trabajar y hace las labores del hogar como cualquier otra ama de casa. Se las ingenia, inventa, sin saberlo se convirtió en ingeniero. “Tampoco tengo nevera, los apagones de luz me la quemaron y no tengo plata para mandarla a reponer, ni mucho menos comprar una nueva. Tengo una cavita que me regalaron mis hijos y ahí meto las cosas importantes como la carne y el pollo, que compro de a poquitos y cuando se puede”.
En un país como la Venezuela del 2017, las cosas que pasan en el cerro no quedan tan distantes a las que pasan en las grandes quintas.
Rosa vive en Alto Prado y tuvo que reunirse con algunos vecinos para pagar, con esfuerzo, numerosos viajes de camiones cisterna que surtieran de agua las casas. “Estos primeros meses del año fueron desastrosos, a los vecinos de Alto Prado nos quitaron el agua por muchísimo tiempo. A unas casas llegaba y a otras no, yo no tuve suerte, lo que tuve fue que bajarme de la mula para pagar camiones y racionar el uso de mi casa como un militar. A eso debemos sumarle los fuertes apagones de luz de la semana pasada. Era como si estuvieran jugando ‘kikiriwiki’ con nosotros. La luz venía y se iba tantas veces que parecía un chiste. Se me quemó el microondas y no lo puedo mandar a reparar en este momento. Nos sale calentar en ollitas”.
En el barrio La Vega, cortan el agua los miércoles y regresa los domingos. Este es el horario al que se ajustan una gran cantidad de familias, que además de no poder contar con un suministro regular, tampoco tienen los recursos para darse el lujo de tomar un baño con agua (cuando hay) caliente.
Ana emprendió su negocio, renunció a su trabajo para comenzar un sencillo emprendimiento desde casa. “El internet es muy malo en este país, no importa el plan que tengas o la empresa que te preste el servicio. Es complejo emprender con negocios para los que requieres internet efectivo para el 100% de tus tareas. Trabajo con clientes de afuera, para quienes es mucho más factible pagar mano de obra calificada en Venezuela por los temas cambiarios. He tenido que aplazar miles de reuniones por temas de internet o hasta de luz. Siento que mis clientes afuera deben pensar que soy una mentirosa, la verdad es que poco entienden la magnitud del problema”. Sentencia con vergüenza.
La vialidad no escapa de la lista de problemas, Elena tiene 28 años y estaba saliendo de una fiesta en la Casa del Profesor de la Universidad Simón Bolívar cuando cayó en uno de los huecos (o piscinas) que están frente al EPA de Piedrazul. Parece que en lugar de taparlos, alguien tuvo la cortesía de encerrarlos en un círculo de pintura amarilla a modo de: “cuidado, hueco a la vista”.
Cuenta Elena que estaba oscuro y venía manejando apurada cuando cayó en un hueco y reventó su caucho delantero. “Gracias a Dios venía en caravana con un grupo de amigos quienes me ayudaron a resolver el problema. Tienes que manejar rápido por la inseguridad, evitar los huecos enormes, cambiar el caucho en tiempo récord, volver a casa y comprar un caucho nuevo que cuesta mucha más plata de la que ganas en un mes. Por favor”, exclama exhausta.
Sin ánimos de profundizar en un tema realmente oscuro y tan solo con la finalidad de poner la guinda en el pastel, la salud venezolana pidió reposo y más nunca volvió. El agua está sucia, la yuca es amarga, los mosquitos son transmisores, la tuberculosis volvió al ruedo y las medicinas bailan al ritmo del “Niágara en Bicicleta” de Juan Luis Guerra. Mientras escribo estas líneas intento conseguir algún antiespasmódico para un familiar que tiene días padeciendo gracias a un vulgar y silvestre dolor de estómago. Ser el hazmerreír de las farmaceutas no es cosa fácil (como tampoco debe ser responder millones de veces al día “no hay”). Parece que la opción más sana es recurrir a las propiedades del las hierbas milenarias, los rezos y los ramazos.
Los venezolanos parecen estar expuestos a una carrera de obstáculos tan crueles como inverosímiles, en la que sortearlos ya ni siquiera depende de su fortaleza o capacidad de reinventarse.
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