Dentro de un año, Estados Unidos elegirá a su próximo presidente. Hay mucho en juego, y el resultado repercutirá en todo el mundo, en una variedad de esferas, en particular la económica. Pero hasta ahora, el debate sobre las propuestas económicas de los precandidatos se ha basado más en sentimientos e ideologías que en el análisis riguroso.
De no mediar un hecho catastrófico imprevisto, el desempeño económico de Estados Unidos será un factor decisivo en la elección. Si la actual solidez de la economía se mantiene (hoy el desempleo está en su mínimo en cincuenta años para todos los trabajadores y en el nivel más bajo de la historia para afroamericanos e hispanos), el presidente Donald Trump tiene buenos chances de obtener un segundo mandato.
Pero se están acumulando riesgos de un empeoramiento. Si se materializan, una victoria de Trump será menos probable. Según modelos recientes de Moody’s Analytics, para que Trump pierda en 2020 se necesitaría un derrumbe de la economía, o una asistencia a las urnas inusualmente alta de los votantes demócratas pero no de los republicanos.
Mientras el ex vicepresidente Joe Biden (de centroizquierda), que inició con ventaja la competencia para la nominación del Partido Demócrata, cede terreno ante la senadora por Massachusetts Elizabeth Warren (de extrema izquierda), es posible que las chances de triunfo de Trump estén en aumento. Pero no olvidemos que en la elección de 1980, al precandidato republicano más conservador, Ronald Reagan, también se lo consideraba inelegible.
Si Trump obtiene un segundo mandato, no se puede esperar que siga siempre políticas económicas conservadoras tradicionales, como su Ley de Rebaja de Impuestos y Empleo (2017), que puso la alícuota del impuesto de sociedades estadounidense a tono con el promedio de la OCDE. Pero a juzgar por pistas dadas por el presidente y sus asesores, es de esperar que implemente otra ronda de reforma tributaria y regulatoria.
En tanto, los precandidatos presidenciales demócratas favorecen una ampliación de la red de seguridad social, comenzando por la salud. Algunos quieren extender la Ley de Atención Médica Accesible (2010) de Barack Obama (que Trump y los congresistas republicanos no consiguieron “derogar y reemplazar”), y otros esperan eliminar los seguros privados, de los que dependen dos de cada tres estadounidenses.
En lugar de esos seguros, demócratas como Warren y el senador por Vermont Bernie Sanders planean introducir un sistema estatal universal. Los costos serían inmensos: más de 30 billones de dólares en el primer decenio, según algunas estimaciones. Sanders es partidario de subir los impuestos, mientras que Warren está esquivando el tema. Dado el costo del plan, se necesitarían enormes aumentos de los impuestos a la renta o a la nómina, o un regresivo impuesto al valor agregado a la manera de Europa, posibilidades todas estas que afectarían sobre todo a la clase media y debilitarían los incentivos económicos.
Los demócratas también planean introducir costosos subsidios, exenciones impositivas, gastos directos, perdones de deudas y otras dádivas, e insisten en que estas propuestas se puedan financiar básicamente con un aumento de impuestos a los estadounidenses más ricos.
Hay una única área en la que Trump y los demócratas coinciden en aumentar el gasto: la infraestructura. Reparar y mantener rutas, puertos y aeropuertos es en parte responsabilidad del gobierno federal, pero también se necesita una ampliación de los fondos estatales, locales y privados.
En materia comercial, Trump dio alta prioridad a modificar una dinámica que considera injusta. Es por eso que negoció una ligera revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN/NAFTA), que espera aprobación del Congreso, e introdujo un aumento de aranceles a China.
Pero la guerra comercial contra China lanzada por Trump el año pasado puso freno a la inversión empresarial, y eso amortiguó los efectos positivos de su reforma tributaria y regulatoria. Felizmente, Estados Unidos y China llegaron hace poco a un acuerdo temporal que evitará ulteriores subas de aranceles mientras se negocia un acuerdo más integral. Y aunque los demócratas criticaron a menudo la estrategia de Trump, no están proponiendo una mayor liberalización del comercio.
Lea el artículo completo de Michael J. Boskin en Project Syndicate aquí
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